Mis dedos, que cobardes te besaron
metiéndose en tu ras que, como estrellas,
ilumina, te hicieron la princesa
de mi planeta ansioso y solitario.
Mis dedos, que de trigo tu cintura
saben estampa, te han vendido alas
a cambio del jazmín de tu mirada:
Comercio de un planeta sin cordura.
Temen mis dedos el firme camino,
olvidan la sorpresa de tu cuerpo;
le temen a los días sucesivos,
olvídanse que para amar no hay tiempo.
Y es que es vivir sentarse en el abismo
si a sus lados tan sólo existen muertos.
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