Una inevitable sensación de tocarte
y, a la vez, de no estar nunca allí
tocándote.
Un brillo, un destello tan grande de tu alma
rica y luminosa
que hizo amanecer la noche.
La piel es oro;
el tiempo es el maldito enemigo de tu nombre,
y es estímulo para reaccionar tan ferozmente.
El recuerdo es tacto,
el aire es poco
y tus ojos,
tus ojos siempre abren para ver la luna.
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